lunes, 6 de enero de 2014

Temporada de verano

Hoy, después de una siesta bien merecida, me puse a corregir un par de cosas que mi director me señaló. Por suerte no fue tan grave, no era demasiado lo que había que arreglar, estaba todo medianamente bien lo que le envié.

Quise cambiar un poco y, en vez del escritorio de todos los días, no tuve mejor idea que trasladarme al patio. Aprovechando que los Reyes habían traído reposeras nuevas, me senté en una en compañía de mi tesis, mientras apoyaba los pies en otra silla y comía garrapiñadas de Año Nuevo.

Parecía todo muy lindo, hasta que los vecinos decidieron hacer uso de su nueva pileta. El problema no vino por que eran como veinte que hablaban y hacían chistes, y menos los niños que jugaban y gritaban como descosidos. No no. Lo que me lastimaba los oídos era el sonido de los chapuzones. ¡Te querés matar!

Ah... lo que hubiera dado por mojar los piecitos aunque sea. Abandonar el teclado por un momento y meterme al agua con un flota flota y una coca bien fresca, de esa que hace transpirar el vaso.

Lo superé. ¡Lo logré! Me negué a pensar que del otro lado del libustro existía el paraíso del momento, y me concentré en mi amigo Schvarstein y compañía. Pude corregir todo y dejé todo bien ordenadito. Mañana va a ser otro día y me va a tocar a mí hacer uso del cocodrilo inflable.

Martes #OFF


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